lunes, 23 de mayo de 2016

Poema a mi abuela

            Aún me acuerdo de sus ojos.
            Sí, sus ojos grisáceos
Que me miraban con ternura.
 Su piel, blanca como la nieve,
 Hacía alusión a su nombre
 Y su pelo corto emanaba frescura.
 Oh su voz;
 Sé que me regañaba.
 Me acuerdo.
 Pero, ¿qué hay de malo?
 No era una riña violenta.
 No la recuerdo enfadarse,
 Pero sí llorar.
 La pobre, pobre alma
 Solo lloraba cuando pensaba que había hecho
 Algo mal.
 Pero ella no hacía nada mal,
 Ella solo era un ángel vestido de humana.
 ¿Su recuerdo?
 Sí, claro que existe.
 Huele a chuletas de cerdo.
 Me las cocinaba cada vez
 que llegaba de noche a su casa.
  O, al menos, eso creo.
 Da igual que cocinara ella o no,
 Su recuerdo huele a eso.
 A eso y a pan que se desmigaja con facilidad.
 Tenía un collar ella, sí,
 Con varios colgantes, me acuerdo.
 “El Cristo, la Santa Cruz y la Virgen de Guadalupe”,
 Me explicaba ella.
 Y yo le pedía que me lo repitiera,
 Porque escuchar cómo enumeraba
 Esos tres sencillos nombres
 Hacía que me invadiese la calma.
 Jugábamos juntas al parchís
 Y todas las noches veíamos la tele.
 Solamente un rato;
 Ella se acostaba pronto.
Aquel que era su sillón favorito
Estaba siempre ocupado por su ancho cuerpo
Pero ella “no estaba gorda, era la ropa la causante de ese efecto”
Esa era siempre su excusa, y nosotros nos reíamos.
Y entonces, llegó el noveno día de septiembre.
Mi cumpleaños fue el día dos,
Y lo último que me dijo fue:
“Cuando vuelvas al pueblo
Tendré un regalo para ti”.
Pero no hubo regalo.
 El único, el horrible y solitario presente que mi abuela me pudo dar
Fue una despedida dirigida al cielo.

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